Tal vez muchos piensen, y no sin razón, que debería complementar la formación del ciudadano, contribuir a su equilibrio emocional, distenderlo de la tensión que genere su trabajo, aumentar su sensibilidad, etcétera.
En cualquier caso, aunque sólo fuese por una cuestión de higiene conceptual, cumple distinguir entre formación y cultura y entre cultura y entretenimiento, sencillamente porque ni la formación (académica, técnica) tiene por qué ser cultura ni la cultura tiene por qué asociarse sin más al ocio.
A una sociedad del bienestar se le supone cierta armonía entre la producción (el trabajo) y la fruición (diversión), y se le supone también una situación económica tan holgada que permita que sus ciudadanos ocupen parte de la jornada en escuchar música, en leer una novela, en acudir a una exposición, en participar en un foro; en definitiva, en crear, en imaginar, en fabular, pero también en formarse un criterio, en adoptar una actitud crítica bien pertrechado con sólidos argumentos, fruto de lecturas y de conocimiento, en servirse de felices armas como la solidaridad, el ingenio, la conversación dúctil o la sensibilidad en las heteróclitas negociaciones con la vida en el día a día.
Una sociedad del bienestar no es sólo una sociedad del bienestar económico o de la paz social, es también, o tal vez es sobre todo, una sociedad madura, sensible, culta, es una sociedad de la cultura en la que no existen individuos sino ciudadanos.
![Javier Aparicio Maydeu](https://quorum.bsm.upf.edu/wp-content/uploads/2014/02/javier-ap.jpg)
Javier Aparicio Maydeu
Director programas de Edición en el IDEC-UPF