08 Management

01.10.2015

No se puede no comunicar

Toni Aira

En 1980, el politólogo Sidney Blumenthal acuñó un concepto que aún nos acompaña porque tiene todo el sentido que así sea. Él partía de otro término que había cuajado en ámbito diferente, el de “la revolución permanente” defendida por Lev Trotski. Y a partir de esa idea, teorizó sobre “la campaña permanente”. El estreno en los respectivos cargos de Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos y de Margaret Thatcher como primera ministra en Gran Bretaña marcaban el punto de partida en la práctica de una teoría muy política pero que con el tiempo se ha aplicado a muchos más ámbitos, comunicación y marketing político a parte.

En síntesis, el paradigma de la “campaña permanente” defiende que los políticos, los partidos y sus maquinarias electorales no están solo en periodo de autopromoción durante las semanas de campaña oficial. El proceso de “venta” del “producto” político es permanente, constante y sostenido durante los clásicos cuatro años de legislatura. Y la tecnología ayuda a ello. En el 80 Reagan incorporó a todo su equipo de comunicación de campaña al Ala Oeste de la Casa Blanca, a trabajar codo con codo con él para comunicar con intención durante los cuatro primeros años de mandato y así ir trabajando (sin esperar a la campaña oficial) su reelección.

Pasados los años, ya de lleno en lo que el sociólogo John B. Thompson ha descrito como la era de la “nueva visibilidad”, donde todos (voluntariamente e involuntariamente; políticos y no políticos) estamos más expuestos, mirar de controlar el propio relato con intención sirve más que nunca a políticos de todos los colores.

Y partir de aquí, una pregunta pertinente que apuntó en una de sus obras de referencia la profesora María José Canel: “¿Comunica la comunicación política?”. Gran pregunta, con una respuesta que la mayoría nos aventuraríamos, de entrada, a contestar negativamente, igual como, a priori, una inmensa mayoría de ciudadanos, a día de hoy, contestaría negativamente a una pregunta más general: “¿Comunica, la política?”. Y lo poco que asumiéramos que comunica diríamos que lo hace bastante mal y que contribuye a un distanciamiento de la ciudadanía respecto a sus representantes e instituciones de referencia. Es un punto de partida.

Porque “no se puede no comunicar”. La máxima es de Paul Watzlawick, uno de los principales autores de la teoría de la comunicación humana y del constructivismo radical. Sabía bien de lo que hablaba, porque tenía claro que la comunicación es uno de los grandes logros de la humanidad. Y cuando hablamos de política no hacemos, de fondo, otra cosa que hablar de comunicación. Hablamos, cuando lo hacemos de política, de comunicación interpersonal. Y eso se da cuando contamos con más de un participante, y ellos interactúan mutuamente. Para eso no es necesario decir nada. O sea, que en el diálogo entre el político y el ciudadano, se intercambian mensajes, se da y se recibe información, sin necesidad de que el representante público (o aspirante a ello) abra la boca. Muchos, así ya de entrada, nos condicionan la mirada (y el cuaje de sus propuestas) en positivo o en negativo. Y ya cuando hablan se remata la faena, en un sentido u otro. Por tanto, cuando algo falla (y debemos asumir que es así) no sólo estamos hablando de contenido. Es un conjunto de cosas. Y es sobre todo una cuestión de harmonía y de coherencia del pack. Es decir, de no perder credibilidad cuando fondo y forma no casan. Cuando mensajes desfasados se intentan vehicular a través de tecnología o de mercadotecnia a la última que ante el resultado último de la comunicación puede generar, si cabe, aún más frustración en el receptor.

Existe una de aquellas imágenes virales que corren como la pólvora en Internet, donde un joven-pero-ya-no-tanto Julio Iglesias señala al observador con el dedo, con una caída de párpados de lo más atractiva, y sobreimpresionada sobre esta estampa aparece una frase al estilo “te ponen muy nervioso los grupos del Whatsapp…” y remata con el imprescindible “… y lo sabes”. La primera frase puede ser cualquiera que genere identificación o sarcasmo, pero el final “… y lo sabes” es la clave. El meme es tan socorrido y ha triunfado tanto en la red, que hasta El Corte Inglés utilizó la fórmula para promocionar las rebajas de invierno de 2014: “Te lo mereces… y lo sabes”. Pues bien, a la hora de comunicar, a los partidos políticos les debería ser aplicada como máxima universal (siempre con sus contadas y honrosas excepciones) una versión de este fenómeno viral. Y podríamos decirles alto y claro: “Comunicas mal… y lo sabes”.

Lo saben pero persisten en ello. Y lo peor es que lo hacen incluso con nuevas tecnologías. Es decir, que muy a menudo los partidos políticos se han abrazado a lo último en tecnología, a formatos nuevos, para vehicular los mensajes de siempre, por anticuados que hayan quedado o por muy escaso o nulo sentido que puedan tener para la mayor parte de los receptores. Estar en Twitter, en Facebook, en Instagram o en mil redes sociales digitales más, para hablar el mismo lenguaje de siempre en el mejor de los casos, o para no decir nada, en el peor y más habitual. Un verdadero desperdicio, de energías, tiempo y dinero. De todos. De ellos y del sufrido resto de ciudadanos. Y es que utilizar una nueva tecnología para transmitir mensajes caducos y maneras de hacer viejas es un doble desperdicio. En política, no solo de tiempo y dinero, sino también de credibilidad y de atractivo.

Toni Aira

Toni Aira

Codirector del Máster en Comunicación Política e Institucional, UPF-IDEC

http://www.toniaira.cat/es/

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