15 Transformación educativa

11.03.2019

De la Revolución de las Sombras a la Revolución de los Cuerpos… 20 años después

Manel Jiménez

El próximo 19 de junio hará exactamente 20 años que se firmó la Declaración de Bolonia. Si se hace una simple búsqueda por Internet de las imágenes que acompañaron aquel instante, lo que se hallará es que los documentos visuales resultantes distan muy poco de los que se hallarían si, en lugar de buscar “Declaración de Bolonia”, se buscara “Declaración de la Renta”. La invisibilización de este momento responde, seguramente, a múltiples razones, pero, en cualquier caso, resulta elocuente. La Declaración de Bolonia y su consecuente proceso se concibió, durante mucho tiempo y dicho de manera simple, como una hoja de ruta de las universidades europeas que, a veces, podría traducirse en una hoja de cálculo.

El intercambio del conocimiento por créditos inauguraba una dinámica de convergencia de los centros de educación superior que tenía que permitir una mayor internacionalización y un intercambio más elevado del estudiantado universitario. Al mismo tiempo, entre los varios objetivos de la propuesta, destacaba la adaptación de la universidad a los nuevos procesos de aprendizaje, a las demandas sociales del momento y a la competitividad laboral. Dos décadas después, inapelablemente instalada en todas las universidades de Europa, se le pueden criticar aspectos y señalar aciertos, pero, en nuestra opinión, la Declaración de Bolonia es ahora mismo una especie de Revolución de las Sombras, sin que esto tenga necesariamente una connotación negativa. Durante este tiempo, las universidades se han esforzado por proyectar, a la luz de la gestión de la misma institución y de su conocimiento, la silueta de la excelencia, de la competencia y de la genuinidad. Algunas de estas sombras han sido más escurridizas y difusas que otras, de notable pregnancia; pero, con una mirada prospectiva, estos contornos empiezan a revelar lo que las universidades necesitan generar desde dentro para los próximos años.

Como el teléfono móvil, la Declaración de Bolonia se ha visto superada por el funcionamiento del mismo aparato, por las acciones que a través de este se ejecutan y, sobre todo, por su uso social actual. El sistema reclama vigorosamente la evolución de la revolución que empezó este proceso, sin descartar determinadas medidas correctivas. Y la asunción de que el estudiantado ya no está solamente en el centro del aprendizaje, sino que es aprendizaje en sí mismo, aunque suene atrevido, resulta un reflejo del cambio social. Que la portada de diciembre del Time Magazine de 2006 no estuviera dedicada a una persona, ni siquiera a una máquina, sino al pronombre “You”, es sintomático. Podría parecer una boutade propia de los tiempos, pero, en cualquier caso, sería una boutade nada menospreciable. El individuo, creador y receptor de su diálogo con lo que le rodea, ha ganado terreno a las instituciones, a las empresas y a las máquinas. Este efecto de prominencia individual establece una línea de continuidad con el sistema educativo.

El estudiantado es, hoy día, un agente más activo que nunca. Necesita interactuar y realizar para realizarse. Solicita reflexión, pero requiere también acción. En este uso personalizado del recibir y del crear, de adquirir conocimiento, pero también de generarlo, pide precisamente salir de la linealidad y de la uniformidad del sistema. A la Revolución de las Sombras, le sigue la Revolución de los Cuerpos, capaces de articular movimientos y desplegar dinámicas. Iniciativas como las que están operando varias universidades –como la Stanford 2025 de Stanford, el Tec21 del Tecnológico de Monterrey, el Manifiesto de la BSM-Universidad Pompeu Fabra o el EDvolució de la UPF– abogan por itinerarios de aprendizaje abiertos, de experiencia personalizada, en que el alumnado pueda realizar recorridos transversales y rizomáticos con el paso del tiempo para garantizar una educación continua y un vínculo perenne (quizá indisociable) entre el entorno de aprendizaje y el entorno profesional.

La Revolución de los Cuerpos debería permitir reconocer las identidades, los valores y los múltiples talentos de cada individuo en universidades singulares, pero también singularizantes. Será en vano la innovadora transformación que se ha estado concertando tenazmente en la enseñanza preuniversitaria, si los centros de educación superior tendemos incomprensiblemente a la homogeneización de las instituciones y, de rebote, a la uniformización del estudiantado. De quien pueble las universidades en un futuro se espera, en el mejor de los casos, que pueda construir su propio currículum, obviamente guiado por el profesorado. Y que pueda pensar el lugar que desea ocupar en el futuro y ser capaz de generar movimiento desde este espacio.

Si al alumnado se le define como creador y creativo, también se le imagina así, al profesorado. En esta nueva Revolución, de hecho, ya hace mucho tiempo que los/las docentes ya no solo imparten clases, sino que catalizan y orquestan dinámicas aditivas (a veces también adictivas): gestión del conocimiento, detección y desarrollo del talento, innovación, desarrollo, creación de proyectos, redes internacionales, transferencia social, etc. Sin duda, se les requiere unas competencias que les piden convertirse en prestidigitadores del saber y de lo que les es periférico. Porque alrededor de las universidades aparecen, en estos modelos educativos revolucionarios, otras comunidades de conocimiento que interactúan y complementan lo que sucede en las aulas. Instituciones públicas, empresas, ONG, alumni… La colaboración entre los agentes que forman parte de la cuádruple hélice es, hoy día, una realidad insoslayable al nuevo paradigma del conocimiento. Este hecho debe relajar, por fuerza, los espacios y de aprendizaje, que deben estar adaptados a la flexibilidad y la versatilidad que solicitan tanto estas comunidades adyacentes como las nuevas metodologías de aprendizaje.

En última instancia, no hay revolución sin escribir sobre los muros. En este caso, sobre las paredes de las instituciones y agencias que miden el rigor y la calidad de la enseñanza, debería haber el libro de estilo de estos nuevos modelos educativos. Es evidente que el tamaño de un país se mide por el prestigio de sus centros de conocimiento, entre otros factores. Por eso es necesario que las agencias de calidad no ahoguen el movimiento que están haciendo muchas universidades y sus individuos, que no detengan la Revolución de los Cuerpos y que se hackeen también desde dentro, o estaremos condenados a la mediocridad y a la neutralización de un sistema que está muy lejos de las necesidades de la sociedad.

Manel Jiménez

Manel Jiménez

Profesor de Comunicación

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