Los profesores son el eje central de los modelos educativos

No conozco buen centro educativo alguno que no tenga buenos profesores. Cada vez tengo más claro que lo que hace buena o mala una universidad, un instituto, una escuela son sus profesores y maestros. Hay una relación directa entre el tipo de profesores de los que dispones y los resultados académicos, el prestigio social y la satisfacción del cliente de tu centro. Los profesores son el centro de los sistemas educativos; son lo que los hace buenos o malos. Por lo tanto, no hay escuelas o universidades buenas o malas; hay escuelas o universidades con profesores buenos o malos. Un centro con buenos profesores será siempre un buen centro. Ignorarlo nos llevará normalmente a la mediocridad.

Cuando empecé mi colaboración con la universidad, ahora hace ya 25 años, recuerdo que me explicaron que esta tenía dos finalidades básicas: crear a los profesionales (y personas, no lo olvidemos nunca) que deben gestionar/gobernar nuestro futuro y generar la I+D+I que nos ha de permitir seguir avanzando como sociedad. Todo tenía que confluir en este doble objetivo. Los sistemas docentes, las instalaciones, la ubicación y los modelos de gestión se configuraban, pues, como herramientas para facilitar este doble propósito. Me quedó muy claro: ninguno de ellos es en sí mismo una finalidad; son facilitadores. No podemos convertirlos en los ejes centrales de los modelos, y demasiadas veces lo son.

El eje central de un modelo educativo son los profesores, y que los centros vayan bien o mal depende, en gran parte, de ellos. Hay otros factores que no podemos ignorar, es evidente. Pero abstraerse de lo más trascendente no nos hace bien. Por lo tanto, si la clave es tener buenos profesores debemos preguntarnos ¿qué es un buen profesor? y ¿qué podemos hacer para tener los mejores profesores? Comparto algunas de las reflexiones que para mí son esenciales para contestar estas preguntas:

Aunque parezca una obviedad, uno de los hechos más importantes para hacer que esto funcione es no olvidarlo nunca; tener presente siempre cuál es el eje central de cualquier sistema educativo. Las reformas de los sistemas educativos han dejado de lado demasiado a menudo la docencia y el profesorado. Se han fundamentado en otros aspectos (modelo, investigación, titulaciones…) que sin dejar de ser importantes no configuran el centro del sistema.
Siendo exigentes con los docentes. La afirmación que hago nunca se formula desde la complacencia; la expreso desde la exigencia. Se han creado sistemas de calidad que normalmente son endogámicos y burocráticos. Hay que generar las condiciones para que el profesor innove constantemente y se forme sin pausa. En un mundo tan dinámico como el nuestro, dar clases como se daban cinco años atrás tiene que ser un error. Hay que convencer sobre la necesidad vital de la innovación en las aulas.
Hay que premiar a aquellos que constantemente sitúan al alumnado en la incomodidad pedagógica que genera aprendizaje y en la constante gestión del error como estación previa al éxito. Las universidades premian la investigación, los sistemas pedagógicos, las buenas prácticas… Y está muy bien. Pero, ¿y los profesores?
Orientando la docencia hacia la diversidad y los sistemas orgánicos. El aprendizaje del pasado estaba basado en la uniformización (todos somos iguales y tenemos las mismas capacidades) y en la linealidad (al llegar a un punto todos hemos tenido las mismas experiencias y en el mismo orden). Esto, además de falaz, es empobrecedor. Todos tenemos talentos diferentes y esta es la gran riqueza de nuestra sociedad. Se aprende más de personas con talentos distintos de los tuyos que de clones que te repiten tu visión de las cosas. Necesitamos interaccionar constantemente con personas diferentes a nosotros. ¿Por qué no hay más contacto entre estudiantes de disciplinas diferentes? El mundo es diverso y tiende a ser orgánico, y la enseñanza lo debe contemplar.
Es imprescindible supervisar el mensaje que se da en las aulas y que los valores que se desprenden del mismo sean los que necesitamos como sociedad. Las aulas parecen ser confesionarios de tiempos remotos en los que nada podía hacerse público. En algunas aulas he oído algunas animaladas que nunca serán cuestionadas ni por los gestores ni por los rectores del sistema en aras de la libertad de cátedra. Por favor, ¡que estamos en el siglo xxi!
Otorgando a los docentes la condición de liderazgo social de la que disponen. Si nos creemos que forman a aquellos que deben gobernar nuestro futuro, su rol en los medios, en la política, en el tejido social es demasiado escaso. Tenemos que ubicar al profesor en un lugar más relevante del sistema de transmisión masivo de valores.
Situándolos como eje central de cualquier sistema educativo; no únicamente en su concepción (he visto comisiones de reformas educativas sin ningún profesor en ejercicio) sino en su mantenimiento y evolución. El sistema educativo debe basarse en los profesores igual que el fútbol se basa en los futbolistas. ¿Debe haber otros actores? Es evidente. Los profesores, solos, no podrían hacer bien su trabajo.
Es necesario alejar a los docentes de la preocupación por la defensa de sus derechos laborales; deben estar garantizados de entrada. ¡No puede ser que el sistema educativo esté tan sindicalizado! Tenemos que generar las condiciones necesarias para que un maestro no pase tantas horas preocupado por si está cumpliendo o no su horario, por si tiene un plus en el salario o si conseguirá no sé qué estadio o trienio. ¿No pensamos que un profesor es una de las bases de nuestro futuro? Pues tratémosle como tal.

Un profesor no es simplemente un transmisor de contenidos; esto era antes. Un profesor es un provocador, un orientador, un estimulador, un facilitador, un creativo, un disruptivo, un mentor…, o sea, un motivador y formador del futuro de las sociedades. Generemos sistemas educativos que lo permitan.